Mañana estaré en Oviedo.
No sé cómo va a reaccionar mi
cuerpo, no tengo ni idea de cómo voy a reaccionar frente a ese momento. El
momento en el cual apoye un pie en tierra firme (alias C/Uría) y ya no haya
marcha atrás, tenga por delante 6 días en mi amada ciudad y frente a mí decisiones que tomar.
El orden es indiferente, no importa el cuándo (o al menos
creo yo) pero sí importa el cómo.
Para uno de mis destinos podría tomar el camino de siempre,
la hora acostumbrada y la sensación olvidada. Sería fácil caminar esos 20
minutos bajo la lluvia tras la cena y atravesar esas puertas de cristal con
ornamentación en hierro lacado en blanco. Sería más fácil sino coger el taxi
nada más llegar y en lugar de dirigirme a mi hogar ir en dirección contraria, y
tan sólo saludar. También puedo hacerlo aún más fácil, whatsappear y proponer
una copa, un café o un piti; esperar a que dispongan rindiendo tributo a
nuestra frase. Pero intuyo que lo más
fácil de todo sería pasar, del verbo no me importas una mierda.
Pero no soy así. Ya no soy tan impulsiva ni cabeza hueca ni
una verborrea de sentimientos cuando he de dialogar acerca de una separación,
de un desprecio (sí, lo que me has hecho ha sido un desprecio) o de mi
situación para con un tío. Ahora soy prudente, es quizá el único momento de
prudencia que me permito (puede que sea porque escasea en mi vida, y creo que
prefiero cartilla de racionamiento aquí y no en otras situaciones, y entonces
revelarme cuándo estoy bien hartita de racionar mi yo) en mi vida.
Podría hacerme caso, al menos una pizca. Y aplicar el no me importas a este momento. Pero
repito, no soy así. Sí la montaña no va a
Mahoma, Mahoma irá a la montaña. Porque si las cosas no se dan de la forma en que pensábamos, deberemos esforzarnos más para obtener el resultado deseado.
Aunque todo acabe del modo en el cuál creo que acabará, necesito un final. Y a Oviedo voy a buscarlo.