Saber
que has cometido un error y no poder solucionarlo va en contra de esa popular
frase que dice todo tiene arreglo menos la muerte. El ilustrado que enunció
dicha frase erró. Y le perdono. Porque era humano. Y ser humano lleva implícito
el hecho de fallar en innumerables ocasiones (sería más osado decir infinitas,
pero creo que tampoco somos tan mediocres).
Y
yo he cometido, cientos, miles… incontables errores. De los cuales el 99,9999…%
me alegro de haberlos cometido. Pero hay un error del cual ni en mi lecho de
muerte seré capaz de perdonármelo.
Ese
error lleva nombre de varón.
Iván.
Cuan
duro se me hizo acostumbrarme a su sonido, a escribirlo, a decir el sonido de
la v que es precioso. Pero a base de decirlo en pleno apogeo sexual, de
escribirlo en un millón de papelitos enmarcado en un corazón, de susurrarlo al
descolgar y colgar el teléfono… se convirtió en mi palabra preferida. En
aquella palabra que tatuaría en mi piel. Porque ya estaba tatuada a fuego en mi
corazón.
Y
ese error fue tan absurdamente sencillo que mi vida cambió 180 grados.
Paradojas de la vida, cometes el más tonto de los errores y te quedas con una
cara de boba que normal que te timen.
Amar
más de la cuenta.
Es
error, lo dejo a debate. Es absurdamente sencillo, no es cuestionable.
Porque
amar más de la cuenta es un error absurdamente sencillo por el mero hecho de
que amar nunca puede ser errar. Pero cuando el amor es el motor de la vida
entonces todo es absurdamente sencillo. Y por tanto, amar más de la cuenta es
el error más absurdamente sencillo que el ser humano puede cometer.
E
aquí mi razón. Soy humana. Fallo. De manera sencilla, sin provocar cataclismos.
Pero si catástrofes.