Dejar las cosas para última hora no suele ser un buen método
de actuación. Posponer y posponer decisiones aunque tiene su parte positiva –
mientras no elijas todas las opciones siguen siendo posibles – es un gran error. Porque el tiempo, o
mejor dicho su descenso, su agotamiento, va creando ansiedad e incertidumbre,
la toma de decisión pasa a estar más influenciada y presentas batalla a más
opiniones o puntos de vista de los que sería realmente aconsejable. En resumen,
dejar todo para la última noche es una muy mala ocurrencia, no suele funcionar.
Pero siempre hay una excepción que confirma la regla, y en
mi caso decidir al final de mi última noche en Oviedo que me iba a arriesgar a
invitar a mi asterisco a formar parte de mi historia… ha sido una de las
mejores decisiones de mi vida.
No tenía una certeza absoluta tan sólo una intuición, ni
tampoco lo hice pensando en que sería el hombre de mi vida que me llevaría a
vivir la historia con la que cualquier escritor desearía toparse o inventarse,
no pensé que en él estaba todo lo que me hace feliz, ni por supuesto jamás
imaginé que hablar de él con frivolidad, como una aventura a olvidar, se
convirtiera en hablar del amor de mi vida.
Aquí estoy, casi 14 meses después de ese mágico instante,
empaquetando otra vez y empezando una nueva vida junto a él en mi ciudad
favorita. Recordando que lo que realmente importa no es cuando actúes sino es
hacerlo, actuar.
Dejarlo todo para la última noche ha funcionado. Ser
valiente, guiarse por la intuición y no pretender nada más que ser feliz ese
día (porque sólo tenemos el hoy no lo olvido, ni olvido a mi amado A. Machado Hoy
es siempre todavía) es el mejor modo de actuación que a día de hoy
conozco.