Siempre hay un motivo para no actuar.
Siempre hay un motivo para dar descanso, tregua o cuartelillo.
Siempre hay un motivo por el cual esperamos.
Y el motivo no ha de ser que queramos darle opción de reacción al contrario. El motivo puede ser, y en mi caso es, que deseamos ese precioso tiempo para parar, reflexionar y sentir en soledad.
Cada ser humano está en su derecho de decidir hasta cuándo le merece la pena una persona o una situación; hasta cuánto está dispuesto a esperar, soportar y comprender; hasta dónde decide ofrecer y hasta cómo se enfrenta a la vida.
No olvidemos nunca que la vida va acerca de uno mismo. Haz siempre lo que te haga feliz, lo que te apetezca, aquello que te permita decir que has sido honrado contigo mismo.
La vida es de uno mismo, la compartes por supuesto. Pero versa siempre acerca de lo que sentimos, de lo que queremos, de lo que deseamos, de lo que podemos, de lo que pretendemos, de lo que anhelamos, de lo que amamos.
Es bien cierto que todo aquello que es nuestro ser no sólo es producto de nuestra esencia sino de nuestras vivencias y situaciones para con el resto de seres y el mundo.
Pero nunca hemos de olvidar que somos humanos. Y humano es pensar en uno mismo primero. Y de ese modo obraremos mejor. Teniendo claro y definido lo que pretendemos de la vida podremos ofrecer más, podremos disfrutar más, podremos ser más críticos, podremos cuidar y amar más.
Por todo ello lo que he necesitado en este momento de mi vida era comprobar que era realmente importante para mi; ordenar mi vida desde la lejanía, desde Alicante.
Sé hasta dónde estoy dispuesta a ofrecer, el todo; sé hasta cuánto estoy dispuesta a estar ahí, al fin del sentimiento; sé hasta cuándo me merece la pena esta situación, el equilibrio. Y también sé el porqué de mi disposición, es simple, muy simple: química, conexión, felicidad, magia, ilusión, alegría.