Nunca creí que el comienzo de un libro
pudiese emocionarme de tal manera cómo lo han hecho la primeras líneas de El
Cuerpo de Stephen King…
“Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de
contar. Son cosas de las que uno se avergüenza, porque las palabras las
degradan. Al formular de manera verbal algo que mentalmente nos parecía
ilimitado, lo reducimos a tamaño natural. Claro que eso no es todo, ¿verdad?
Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de
nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que
los enemigos ansiaran robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y
nos encontramos solo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en
absoluto lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante como
para que casi se nos quiebre la voz al contarlo…”
Evidentemente cada
persona interpretará este comienzo de un modo completamente propio y diferente.
Es más, es probable que yo haya interiorizado demasiado estas frases y tan sólo
recurra a mi constante afán por dotar de sentido cada frase, cada verso, cada
palabra … en resumen, todo lo que llega a mí.
Por vez primera he leído (y sentido como propio) un sentimiento que encajaba a la perfección con mi interpretación
de mi propia realidad.
Y consuela.
Porque he creído durante toda mi vida que debería inventar nuevas palabras que ajustaran el contenido y la
intensidad de lo que siento con cómo se interpreta tras verbalizarlo. Intuyo
que sucede un poco cómo suele ocurrir con los distintos significados e
intensidades de las temibles palabras “te quiero/te amo”. Respecto a las cuales
vivo creyendo que ninguna persona que haya amado ha sentido de verdad lo que
significaba mi amor. Tan sólo porque cada ser humano tiene su propia
interpretación de la realidad, sus propios baremos y manera de cuantificar.
Aunque bien es sabido que el mero esfuerzo por intentar dotar de valor numérico
a un sentimiento es una hazaña imposible de llevar a cabo sin obviar la
terrible estupidez que implicaría tan sólo pensar en ello.
Tras años de duro y arduo
proceso de comienzo del autodescubrimiento pude por fin conocer a ese ser
humano que se ha convertido en mi persona favorita. Y digo pude porque la vida nos dispuso a ambos en el mismo punto y todo
comenzó cuando empezamos a ver realmente. Concretamente las palabras que suelo
emplear son … y supongo que así comenzó
todo, cuando pude empezar a ver realmente.
Con él, con mi asterisco
particular [ese hombre que no sólo tiene el hueco de amor de mi vida y mejor
amigo sino que amante, compañero, persona a quien admirar… también le definen sin
olvidar que cada instante se va ganando a pulso ocupar nuevos huecos que él
crea en mi] he tenido por vez primera esa sensación en el amor. La sensación de
que ha cambiado tanto mi vida que el mero hecho de verbalizarlo estropea el
sentimiento; me hace sentir que no estoy siendo justa con mis sentimientos por
él, son infinitos pero al transformarlos en acciones y palabras, en hechos y
declaraciones se pierde en el proceso más del 99% de su intensidad. Quebrarse
la voz –tal y como afirma Stephen King- es una nimiedad a cómo me rasgo por
dentro al ver que por más esfuerzos que hago no soy capaz de dotar de más carga
emocional, de más realidad y justicia para con ellos, mis sentimientos claro.
Y tengo miedo. Y no
desaparece. Y es bien fácil entender los motivos, son racionales. Muy acordes
al hecho de que si siento que se diluye aquello que internamente me parece
ilimitado, normal que tenga miedo.
Tengo miedo a que mis sentimientos
nunca le lleguen tan cual son. Tengo miedo de que se vaya de mi lado sin llegar
a saber realmente cuanto le amo. Tengo miedo de que no sienta ni sepa que esto
es un amor único en la vida porque es único, irrepetible, de los que con un
solo segundo de él podría morir tranquila por haber vivido un amor verdadero y
con la certeza de que la vida sí ha tenido sentido.